Texto e ilustraciones: Lino Fdez.

LAS ARAÑAS DEL NORTE

Todo comenzó con un viaje, un largo e inesperado viaje de su amigo Trofudop, a las lejanas tierras del norte. Fue entonces cuando Birdim, la pequeña duende, decidió preguntar más cosas acerca de aquellas tierras. Todo lo que sabía era que los duendes que viajaban allí no regresaban, y aunque cada tres lunas, volvían las naves a recoger más viajeros, nunca traían a nadie de vuelta. Los enigmáticos guronepos, que pilotaban las naves, no respondían a las preguntas de los amigos y familiares de aquellos que habían partido, y se limitaban a recoger correspondencia y repartir folletos explicativos de las maravillas inimaginables que podían descubrir, los que se aventurasen a viajar a las tierras del norte.
Birdim sabía, hacía varias lunas, de la intención de su amigo de viajar a las lejanas tierras. Pero éste partió sin despedirse, y eso no era propio de él. Algo muy extraño latía en el corazón de la duende de cabellos negros, su contagiosa sonrisa que alegraba el despertar de los perezosos brongolipos, se había convertido en un gesto indeciso, su rostro mostraba la inquietud de quien no sólo quiere saber, sino que desconoce el modo de hacerlo. El sol comenzaba a calentar entre las ramas de los gordabros y la duende no recibía ninguna respuesta clarificadora de sus múltiples amigos y habitantes de la frondosa jungla. Decidió ir al poblado de los Burnalopos, ellos eran los únicos que se habían aventurado a viajar más allá del bosque de los precipicios, uno de los tres bosques que limitaban la jungla de Surmaravín, el hogar de los duendes, el hogar de Trofudop y de Birdim, y de muchos otros, que allí se esforzaban en cuidar la múltilpe y variada flora y fauna, que continuamente retaba los límites de la imaginación.